miércoles, 4 de mayo de 2016

Historia de los comales de Tehuixtla

Por: Emmanuel Espín Pineda


En el año 2003 entrevisté a Doña Pomposa Ruíz de 75 años aproximadamente y originaria de Tehuixtla Morelos. Era una entrevista sobre la vida de Doña Ignacia Domínguez la primera fondera del pueblo y mujer revolucionaria, un personaje que merece mención aparte.
“¿Qué les enseñan ahora en las escuelas?” Repuso muy seria Doña Pomposa, luego de que le preguntara sobre la vida íntima de Doña Ignacia Domínguez… “He de decirte que fue una mujer trabajadora como no recuerdo otra, empezó echando tortillas en un comal en la placita del pueblo, ahí donde ahora está el zócalo y con los tostones que ganaba sacó adelante a todas sus hijas… Bordaba, cocía, aseaba casas ajenas, cocinaba y hacía galletas”…
Es extraño como me han llegado las historias de la historia de mi pueblo, pero no miento cuando digo que hasta la puerta de la casa de mis padres han llegado ancianos a contármelas.
La historia de los comales de Tehuixtla me llegó de boca de “Doña Pompo” y en aquella ocasión no era la historia que yo quería escuchar. Sin embargo pasados los años agradezco muchísimo que me regalara.
 Era una mañana rara pues había una espesa neblina. La noche anterior había llovido a cantaros, mientras tanto yo en el atrio de la parroquia, debajo del cuatecomate que estaba donde ahora está la capilla abierta, dizque bien despierto esperaba a que saliera Doña Pompo de misa de seis de la mañana. Los primeros rayos del sol condensaban el agua de los charcos y formaban una nívea atmósfera espectral que hacia invisible lo visible, me encontré un pedazo de tepalcate viejo, todavía lo estaba limpiando cuando vi la figura de Doña Pompo emerger de la puerta del templo y me le acerqué.  
-¿Buenos días Doña Pompo, será que pueda hacerle una entrevista sobre la historia del pueblo?
“Sí como no, pero en mi casa”, me increpó Doña Pomposa muy amablemente.
“¡Yo no te puedo contar esas cosas! Lo que sí te voy a contar es porque nos dicen comaleros”.

Hace muchos años en Tehuixtla se hacían los mejores comales de la comarca. Algunas señoras que recuerdo que los hacían son; la señora Trinidad Jaime, Victoria Romano y una señora pintita de la nopalera. A mí todavía de niña me tocó ir a traer tierra a la joya de la nopalera y arena de los arenales para hacerlos. Los hacían y los vendían las mujeres del pueblo, ellas mismas iban con sus pies bien cenizos pues no había caminos pavimentados, los llevaban a venderlos a los mercados de Puente de Ixtla o  Jojutla, algunas cargaban sus mulitas con comales y sus señores agarraban camino para venderlos”.
Había que ir por el barro y la arena, cargar las piedras, molerlo en metate como si fuera chocolate, luego amasarlo con agua y mezclarlo con el algodón del pochote, hasta que quedara la masa como para hacer la tortilla de barro que después  habría que aplastar en el culo de una olla, una cazuela u otro comal para darle la forma al nuevo comal. Teníamos que dejarlos sacar un par de días primero a la sombra y luego al sol para ver que no se quebraran y los que estuvieran buenos pasarlos a la lumbre. La lumbre se prendía con majada (caca seca de vaca)”.    
Ese tepalcate que traes en la mano ha de ser de un viejo comal ¿Dónde lo encontraste?” -Ahí en el corral de las Millán, jugueteando entre los charcos, ahorita mientras la esperaba que saliera de misa.  
 La tierra tiene sus secretos que va revelando de poco a poco, yo creo que a golpe de tanto andarla. A veces por fastidio nos muestra sus huellas para ver si somos capaces de descubrir algo más que sólo pedazos de tierra cocida ¿Cuántos años tendrá esta tierra?
El cosmos de los tehuixtecos es un inmenso comal de tierra roja, hecho con atocle de las riberas del río celeste y con las nubes del pochote santo”.  En este gran comal todos venimos nada más a brincar un rato. Nacemos como una bolita de masa, formada allá arriba entre las manos de los Dioses que todo lo tragan. Allá nos formó a su antojo, nuestra madre eterna, la santísima virgencita del Rosario. Nos modeló a base de pequeñas palmadas y cantos como cuando se echa tortilla. Abajo del comal está el fuego eterno y las tres piedras sagradas. Ese calor nos cuaja, nos da la sabrosura de la vida y finalmente nos calcina.
O bien vamos a morir al filo de las piedras bucales de los dioses.  Somos como la tortilla sobre el comal, al tiempo justo nos llega el calor de la vida y cuando morimos nos hacemos como totopo o nos achicharramos finalmente hasta convertirnos en humo que vuelve a los dioses y  nuestra materia que se queda aquí en el comal,  se vuelve ceniza y vuelve al fuego como una tortilla tiznada que termina avivando en fogón. Y al final sólo quedan rescoldos. Los dioses se lavan siempre las manos en el patojo, nuestro patojo es el borbollón o el río Amacuzac.  
La Luna y el Sol también tienen forma de comal, sólo que uno es de oro y el otro de plata, uno y otro se dan sus reflejos y están rodeados de miles de espinas de tehuixtle que el primer niño de maíz azul arrojó al cielo desde nuestro comal.
Dicen que en otro tiempo, un tiempo muy remoto cuando todo era penumbras existía sólo una hoguera formada por tres piedras, a dónde una diosa omnipotente se puso a jugar con masa blanca y creó muchas formas. Intentó cocinar sus figuras a fuego directo pero no le gustaron y las arrojó a la lumbre donde tronaron y se hicieron añicos, así nacieron las espinas.
 Creó después una forma más parecida a ella, la puso un tanto más retirada de la lumbrera donde se recoció y cobró vida. La muñeca adoptó a las espinas como sus hermanas y jugaba con ellas, las cuidaba como suyas. Pero a la Diosa no le gustó ver a su muñeca jugar con espinas y quiso darle por compañía otra criatura semejante que le acompañase.
Comenzó hacer una figura de masa azul y le agregó un halo de algodón que por ahí volaba. De esa semillita esta hecho nuestro corazón pero esa es otra historia.  La muñeca no comprendía lo que la diosa hacía, se sintió celosa y junto con las espinas planeó matarla.
En eso estaban cuando aquella figura se compadeció de las manos que aún la modelaban y pese a que todavía se encontraba crudo y guango, se arrojó entristecido al fuego de la hoguera, pensando que de nada le valdría vivir sin su creadora. De ese sacrificio nació un niño con un machete en su mano izquierda, con el cual defendió a la diosa y mató a las espinas segándolas con su cuchillo, algunas las arrejuntó con sus manos haciendo un taco y las arrojó al fuego, a las que intentaron huir las alcanzó con su machete y las arrojó al cielo. Las espinas allá lejos se fueron convirtiendo en estrellas y de las del taco achicharrado nació el árbol del tehuiztle por eso su tronco está tiznado y tiene forma irregular y está cuajado de espinas duras como piedra. 
 Mató también a la muñeca descuartizándola por su osadía, juntando sus restos hizo una bola de masa que apachurró hasta formar una tortilla, la cual arrojó después tan lejos como pudo y así se formó la luna.
Aún todo estaba obscuro apenas tenuemente iluminado por aquella pequeña fogata, cuando aquel niño aprendió de su madre a moldear la masa. Su madre le dio un morral con canicas de barro de muchos tamaños, pero él no sabía cómo jugar con ellas y se puso a pegarles con su machete, unas salieron volando y así se formaron los planetas, otras más se rompieron o se perdieron y se convirtieron en piedras blancas porque nunca les dio la luz.
Una de las canicas guardaba en su interior una pepita de oro, el niño intentó destruirla pero no pudo, mientras más fuerte la golpeaba sólo conseguía aplanarla más. Cuando se cansó de golpear había formado un plato muy brillante. Temió molestar a su madre con el resplandor y lo arrojó al fuego para opacarlo pero este no ocurrió. El plato se calentó tanto que  se convirtió en el sol, iluminándolo todo. El niño asombrado por lo sucedido y deslumbrado por tanta claridad golpeó el plato encandécete y lo arrojó al infinito tan fuerte que todavía se mueve  y hace mover la cosas.
Con la luz del sol descubrió el niño que todo estaba hecho polvo y se puso a barrer su casa,  juntó una mojonera e hizo con ella un gran comal de barro, vi que la fogata no dejaba de tiznar y quiso taparla con que él.
 Arrojó al fuego el comal y como estaba fresco se incrusto en las tres piedras y así se formo nuestra tierra o tlecuitl. Luego ya se puso hacer el gran árbol de la vida que todos conocemos y que está plantado en medio del comal, en la casa de la diosa y el niño rodeado por el sol, la luna y las estrellas, que giran a nuestro alrededor, como se va girando la masa cuando se va haciendo un comal.  
Es por eso que para nosotros los de Tehuixtla un comal es algo más que un simple comal, significa mucho más y a pesar de ya no los elaboremos en el pueblo, porque su utilidad la vino a desplazar la loza de peltre, el fierro y luego las estufas primero de petróleo y después de gas. Aun nos sigue recordando viejas cosas y lo añoramos mucho, lo que vivimos los comales y hasta los que no.
Un comal es un utensilio de cocina que sirve para calentar tortillas o por su belleza puede convertirse en un objeto decorativo, hace años se regalaban comales con una ramita de tehuixtle y hoy en día el artista local Carlos Campos Velasco pinta sobre ellos escenas campiranas. En Tehuixtla aun quedan comales encendidos que alimentan al pueblo, ya no son de barro pero son los comales de nuestras “gorderas”, donde a veces nos reunimos a cenar, las propias “gordas” son ya una tradición gastronómica en Tehuixtla y tienen la misma forma de un comal.
Nuestro pueblo es un gran comal y nadie puede negar categóricamente que no se está sobre él y en él, pues en cada poro de nuestra piel se cuela su calor y emana como un pequeño manantial de sudor. Comal útero del cielo, comal cosmos,  comal sol, comal luna, comal de barro, comal de fierro, comal de tierra, comal sustento, comal olvido, comal recuerdo, comal comadre, y para tortillas no más las del comal.
Si eres de Tehuixtla eres comalero, ser comalero es sinónimo también de otras cosas, que no digo por pudor y respeto, pero entre ellas destaca el ser fraterno, amigable y alegre porque al calor de un buen comal no sólo se alimenta el cuerpo, también el alma.

Ese día cuando la blancura de la neblina no me permitía ver más allá de mis narices y borraba lo visible como el aguarrás desdibuja un cuadro, ese día me fue contada la historia de los comales del pueblo.